martes, 11 de noviembre de 2008

Todos somos capitalistas

El título es una sentencia que utilizó Javier Caraballo en un debate y que provocó críticas, en parte debidas a la ignorancia sobre los fundamentos del sistema de mercado que sustenta la actividad económica. Intentaré aclarar algunos hechos económicos básicos con la ayuda del libro que Charles L. Lindblom dedica al tema.


El sistema de mercado organiza y coordina las actividades humanas no a través de la planificación estatal sino mediante las interacciones mutuas de los compradores y vendedores. Tres son los tipos de mercados más habituales: los mercados de trabajo, los mercados agrícolas, y los mercados para los bienes y servicios que la industria ofrece a los consumidores. Pero para que un sistema de mercado funcione son necesarios dos tipos de mercado menos evidentes. Son, por un lado, los mercados de bienes y servicios intermedios producidos para el uso de otros productores; y por otro, los mercados de capital, y específicamente, los mercados de préstamos, acciones y otros tipos de activos de inversión. En estos dos tipos de mercados, los participantes ya no son gente común y corriente sino empresarios, empresas o instituciones financieras.


En consecuencia, la economía financiera y la economía real o productiva forman parte del sistema de mercado y su coordinación garantiza la cooperación entre millones de individuos y empresas, como pocos estados o gobiernos han intentado siquiera alguna vez; y en los casos en que lo han hecho, siempre han fracasado.


El sistema de mercado de nuestros días no es el laissez-faire de Adam Smith ni tampoco un sistema de mercado ligado a un Estado mínimo. Hoy, el sistema de mercado es un sistema dirigido en el que el Estado es el comprador más importante. El Estado subvenciona la mayoría de las industrias y recoge ingentes fondos para repartirlos a través de los programas de bienestar social. Y, finalmente, es un poderoso y activo agente en la oferta de dinero y crédito mediante el control que ejerce sobre el sistema bancario y su propia política fiscal.


Entonces, la crisis monetaria internacional es un fallo del Estado y no del mercado, porque la oferta de dinero y crédito sin control de las autoridades monetarias ha provocado la pérdida de confianza y activos de las empresas y los individuos.


En ningún sitio del mundo parece existir el menor interés por un sistema no monetario de determinación centralizada de la producción junto con la asignación de los bienes y servicios así producidos por parte del Estado, sin que ni los individuos ni las familias decidan. Sistemas de socialismo salvaje como los vigentes en Corea del Norte, Cuba y Venezuela sólo se sostienen usando la represión. Por esta razón, el objetivo de la cumbre del G-20 en Washington es recuperar el equilibrio económico del sistema de mercado.

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